En la película de referencia, Roberto Benigni nos presenta a un protagonista llamado Guido, padre y esposo, dispuesto a morir por la vida de quien ama, y con una suficiente fuerza física y emocional como para hacer ver a su pequeño hijo lo que era el campo de concentración nazi como un juego, igualmente así se muestran muchos padres en nuestra España “igualitaria” y “democrática” en la que los hombres son despojados tras el divorcio, de todo bien incluyendo el contacto con sus hijos, que no siempre el amor. Pues el amor va más allá, y no siempre es manipulable, aunque si lo son los recuerdos de la más tierna infancia. Padres que, en circunstancias ocasionalmente infrahumanas y en todo caso como meros visitadores quincenales de sus hijos, pretenden, para quitar hierro al asunto, mostrar a los nenes una realidad “igualitaria” que no es. Y mientras están inmersos en la más profunda de las depresiones, dificultades económicas y anímicas muestran a sus hijos un mundo en Technicolor que oculta el decaimiento y claroscuro que se apodera de ellos cuando retornan a su retoño a los brazos de su madre.
La eterna discusión sobre si la custodia debe o no ser compartida parece no tener fin. La negación de la manipulación de los menores a manos del progenitor custodio es idéntica a los que, volviendo a la magnífica obra de Benigni, niegan la existencia y evidencia del holocausto nazi.
Pero la negación de la evidencia no da la razón por más que se empeñen gritando y manipulando las partes interesadas en ello. La razón solamente la da el tiempo. Y los niños, siempre hemos necesitado tener papá y mamá. Ánimo a todos los “Guidos” que desde su particular holocausto luchan por la superviviencia propia y la de la salud mental y emocional de sus pequeños.
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